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Mariscal Miguel Ney, pintura de E. Bataille, según Langlois (Castillo de Versalles) |
Ney es nombrado general en 1796 y mariscal en 1804. Siempre a la cabeza de sus tropas, logra encerrar a los austriacos en Ulm, precipita el enfrentamiento de Iena, bloquea a los rusos en Friedland y dirige la retaguardia que protege la retirada de Rusia. Pero, en 1814, ante la derrota, incita a Napoleón a abdicar, nombrado par de Francia por Luis XVIII, aunque descontento por la altivez de los nuevos amos del país, promete, a comienzos de los Cien Días, traer a Napoleón a París “en una aula de hierro”. Sin embargo, arrastrado por sus tropas, se une al Emperador, pero, después de Waterloo, impulsa a las Cámaras a cesar los combates.
Estas sucesivas renegaciones, que no empañan una gloria nacida de una extraordinaria valentía en el combate se originan, por lo demás, no tanto en un oportunismo interesado sino más bien en su preocupación por encontrar la solución menos mala para Francia, que se debate entre un emperador que la arrastró al abismo y un rey que sólo representa el pasado.
Una ejecución insólita
Aunque Luis XVIII hubiese preferido no tenerlo de prisionero, un prefecto descubre su escondite Ney recusa al tribunal militar y exige ser juzgado por una corte civil de pares. Sin embargo, ésta se compone esencialmente de antiguos emigrados, cuya parcialidad se ve apoyada por falsos testimonios y por la torpeza de Ney, quien es sumariamente condenado a muerte. Lo que sigue es conocido por todos, a la vez sórdido y heroico: Ney es fusilado en la Avenida de Observatorio y no en la barrera de Grenelle, lo que reduce el riesgo de incidentes así como el número de testigos. Se deja al condonado las manos libres y es el mismo quien da la orden de abrir fuego; se golpea el pecho y grita: «¡Soldados, directo al corazón!”. En lugar de caer doblado en dos, en medio de estertores, cae de un golpe, sin un grito y le ahorran el tiro de gracia. No hay, además, ningún médico que verifique su deceso.
Peter Stewart Ney
reciba Ney en 1795 en Maguncia. Y, más tarde, los grafólogos que comparan ambas escrituras las encuentran extrañamente similares.
La ejecución del mariscal Ney
Relato que aparece en el Gran Diccionario Universal del siglo XIX, de Pierre Larousse. «Después de despedirse del sacerdote y de haberle entregado una caja de oro que utilizaba habitualmente para que fuera remitida a la mariscala y unas monedas de oro que llevaba consigo para los pobres de la parroquia, el mariscal fue por sí mismo a colocarse delante del pelotón de ejecución. Este pelotón compuesto por hombres con el uniforme de los veteranos, estaba comandado por un oficial que ofreció al príncipe de la batalla de Moscú vendarle los ojos. El mariscal Ney contestó: «¿Ignora Ud. Que desde hace veinticinco años estoy acostumbrado a mirar de frente a las balas y a los cañones?». Luego agregó: “Protesto, delante de Dios y de la Patria, por el juicio que me ha condenado y hago un llamado a los hombres a la posteridad y a Dios, Viva Francia”. (…) El conde de Rochechouart dirigiéndose al jefe del pelotón, dijo en voz alta: ¡Cumplid vuestro deber!” El mariscal se quitó enseguida el sombrero con la mano izquierda y colocando su mano derecha sobre el pecho, gritó con voz fuerte: ¡“Soldados, derecho al corazón!” Cayó inmediatamente, alcanzado por seis balas en el pecho, tres en la cabeza y el cuello y una en un brazo”.
La Restauración: el terror blanco
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