De ninguna manera podemos negar la existencia histórica de un tal William Shakespeare, nacido en Stratford-upon-Avon en 1564. Fue comediante, administrador de una compañía de teatro… Sin embargo, lo poco que sabemos acerca de su vida nos hace dudar en identificarlo con el escritor.
Una biografía bastante misteriosa
Nadie sabe nada acerca del periodo entre 1585 y 1592, año en que aparecen las primeras menciones (por lo demás violentamente criticas) del Shakespeare dramaturgo.
Sin embargo, su vida fue trastornada por completo, ya que descubre el teatro, escribe las primeras obras (Titus Andronicus, Richard III), y sobre todo abandona Stratford, pequeña ciudad de provincia, para instalarse en Londres. ¿Luego de qué peregrinaciones? Lo ignoramos, y al no tener pruebas, según el caso, lo imaginamos trabajando como maestro de escuela, formándose en la carrera de actor en una compañía ambulante, con viajes a Francia e Italia.
Shakespeare reaparece recién en 1594: es miembro de la compañía de teatro del lord charabelán. La compañía, puesta bajo la protección del rey Jacobo I Estuardo de Inglaterra en 1603, encabeza la vida teatral londinense hasta el incendio del teatro el Globo donde se presenta, en 1613. Pero ya hace tres años que Shakespeare se retiró a Stratford, donde administra sus tierras y sus rentas, preocupado únicamente por aumentar su fortuna hasta su muerte en 1616.
Las tesis antistratfordianas
Desde fines del siglo XVIII, los eruditos piensan que existe una dicotomía decididamente demasiado grande entre un personaje histórico de tan poca monta y una obra tan genial. Se trata de las tesis llamadas «antistratfordianas», que afirman que Shakespeare sólo es el testaferro der verdadero autor de Hamlet y de Otelo.En parte, nacen de interrogantes legítimas: ¿pertenecían estas obras al repertorio del actor Shakespeare? ¿Cómo pudo tener tan poca resonancia su obra entre sus contemporáneos, hasta el punto que la muerte de Shakespeare no se mencione en ningún documento oficial? Además se basan en el prejuicio que un hombre, a priori sin cultura y de baja extracción social, a pesar de todo, no puede ser un escritor inmenso. El punto de vista más antiguo y célebre atribuye la obra de Shakespeare al filósofo Francis Bacon (1561-1626). Este gran espíritu, importante pensador del Renacimiento, está estrechamente ligado a las intrigas de la corte isabelina. Ahora bien, la obra teatral de Shakespeare revela un dominio sorprendente de los mecanismos de la vida política inglesa de la época. Bacon, ligado primero a un favorito de Isabel I, el conde de Essex, alcanza las cumbres del estado luego del advenimiento de Jacobo I de Inglaterra.
Sin embargo, se adelantaron los nombres de muchos otros personajes de la vida pública isabelina. Así, el conde de Derby, muerto en 1642, cuyos múltiples viajes pueden asociarse al mareo y a la intriga de numerosas obras, como Penas de amores perdidos. La última versión de la teoría del testaferro atribuye la obra a otros autores de la misma época, como el poeta Christopher Marlowe, aunque ya muerto asesinado en 1593, o el dramaturgo Ben Johnson.
La tesis más común sigue siendo la de Bacon y es renovada en el siglo XX gracias a las técnicas de descifrado de criptogramas. Algunos trabajos mostrarían que en los textos de Francis Bacon, a partir de la caligrafía ligeramente distinta de algunas letras, se puede detectar una serie de indicaciones que componen mensajes secretos de este tipo: «Escribí diferentes tipos de obras, historia, comedia y tragedia. Gran cantidad de ellas han sido llevadas al teatro y bajo el nombre de Shakespeare han ganado un renombre duradero… Sin embargo este tipo de descifrado depende esencialmente del arbitrio y de la fantasía del que lo lleva a cabo. Con un poco de imaginación, es posible reconstituir cualquier mensaje a partir de un texto aparentemente normal. Además, en varias oportunidades los «baconianos» se descalificaron atribuyendo a sus héroes la paternidad no sólo de la obra de Shakespeare, sino también de toda la literatura inglesa de su época, de Kyd a Johnson, de Marlowe a Milton. Por querer probarlo todo, la credibilidad siempre se debilita.
Un homenaje a Shakespeare
Mi Shakespeare, levántate. Yo no te alojaré cerca de Chaucer o Spenser o pediré a Beaumont ubicarse un poco más allá para hacerte un lugar. Tú eres un monumento sin sepultura Y estarás vivo mientras tu libro perdure y nosotros tengamos imaginación para leer y elogios para otorgar. Mi intelecto se excusa que yo no te asocie de esta manera: Quiero decir con famosas pero desproporcionadas Musas: ya que si yo pensara que mi juicio fuera de años te colocaría seguramente con tus pares, y diría cuánto has superado a nuestro Lyly en brillo o al arriesgado Kyd o al poderoso verso de Marlowe. Y a pesar que tú has tenido poco Latín y menos Griego, de allí yo no tomaría nombres para honrarte, sino que llamaría a los tonantes Esquilo, Eurípides y Sófocles, Pacuvio, Accio, aquel de Córdoba muerto, nuevamente a la vida para oír el caminar de tu coturno y agitar el escenario. O cuando tus comedias eran representadas dejarte solo para la comparación con todo lo que esa insolente Grecia o la arrogante Roma enviaron, o que desde entonces vino de sus cenizas. Triunfa, mi Bretaña, tú tienes algo para mostrar, a quien todas las escenas de Europa deben homenaje. El no era de una época, sino de todos los tiempos. Y todas las Musas todavía estaban en su albor cuando como Apolo él vino desde allí para dar calor a nuestros oídos, o como un Mercurio para cautivar. La Naturaleza misma estaba orgullosa de sus designios y se alegró de usar el adorno de sus líneas que fueron ricamente hiladas y entretejidas tan adecuadamente, que desde entonces ella no avalaría ningún otro talento. El festivo Griego, el mordaz Aristófanes, el claro Terencio, el ingenioso Plauto, ahora no gustan sino que yacen anticuados y abandonados como si no fueran de la familia de la Naturaleza. Sin embargo, no debo dar todo el crédito a la Naturaleza: tu arte, mi gentil Shakespeare, debe disfrutar de una parte. Pues aunque los Poetas importan y la Naturaleza es, su Arte imprime la forma. Y aquél que se lanza a escribir un verso vivo (como son los tuyos) debe sudar y golpear al segundo calor sobre el yunque de las Musas: volverse aquello (y él mismo con esto) que quiere fraguar; o si no como laurel él puede obtener desdén, puesto que un buen Poeta se hace al igual que nace. Y eso fuiste tú. Mira cómo el rostro del padre vive en su prole, asimismo, la estirpe de la mente de Shakespeare y de sus costumbres reluce brillantemente en sus versos bien torneados y limados en cada uno de los cuales él parece agitar una Lanza, como blandida a los ojos de la Ignorancia. ¡Dulce cisne de Avon! ¡Qué visión fuera verte en nuestras aguas aún aparecer y hacer esos vuelos sobre las orillas del Támesis que tanto arrebataran a Eliza y nuestro James! ¡Pero quédate, yo te veo en el Hemisferio honrado, y convertido allí en una Constelación! Resplandece públicamente, tú Estrella de Poetas… Ben Johnson
Paternidades literarias dudosas
Ninguno de los textos fundamentales de las grandes civilizaciones puede atribuirse con certeza a un único autor:
La Biblia. Los textos fundamentales de la tradición judía y de la tradición cristiana fueron escritos en un periodo sumamente largo. Los Evangelios fueron escritos después de la muerte de los Apóstoles, sus autores oficiales, aunque su contenido esté inspirado en las enseñanzas de Cristo, propias a cada uno de ellos.
La Ilíada y la Odisea, Las dos principales epopeyas griegas no pueden separarse del nombre de Homero, el poeta ciego, que nos entrega la tradición literaria de la Antigüedad. Sin embargo, la ciencia contemporánea tiene dudas acerca de la existencia histórica do este personaje. Efectivamente, por regla general, los grandes textos épicos se basan en una recopilación de relatos míticos, arraigados en el pasado más profundo de la civilización involucrada. Dirigidos por la tradición puramente oral de los aedos, estos relatos reciben una forma definitiva al retundir el trabajo de diferentes poetas.
Las grandes novelas de la China medieval. Asimismo, todos los grandes textos de ficción de la antigua China tienen sólo un supuesto autor. Por ejemplo, Cao Xuequin, para el Sueño en el pabellón escarlata, es en el mejor de los casos, quien reunió el conjunto de una tradición transmitida oralmente por narradores itinerantes.
El propio Molière. Como Shakespeare, el gran nombre del teatro francés del siglo XVII vio su identidad discutida. El también era sólo un actor, sin formación escolar ni cultura. Para poder ser representadas, sus piezas más audaces, como Tartufo o Don Juan, gozaron de protecciones tan evidentes que algunos le atribuyeron la paternidad al propio Luis XIV.
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