¿Filósofos, alquimistas o iluminados?.
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Los símbolos secretos de los Rosacruces |
Los Rosacruces.
Nacida en 1614 de la imaginación de tres intelectuales luteranos, la palabra Rosacruz no designa una corriente de pensamiento continua. A través del tiempo, es utilizada por diversas asociaciones esotéricas sin relación directa con las ideas formuladas originalmente.
En 1614 se publica en Alemania un mani-fiesto en latín, el Fama fraternitatis (Los ecos de la fraternidad de los Rosacruces), acompañado de tratados y cartas, así como de una biografía de Christian Rosencreutz (Rosacruz), mago del siglo XIV, visitante del Oriente y pensador místico.
Una mistificación.
El motivo reconocido de la publicación es el descubrimiento en 1604 de la tumba de Rosencreutz: ésta habría contenido unos pergaminos repletos de fórmulas mágicas y de reglas de vida. La obra es reeditada al año siguiente, en alemán, ampliada con una Confesión de la fraternidad de los Rosacruces que promete a los lectores maravillosas revelaciones alquímicas. En 1616, un tercer texto viene a complementar los dos anteriores: las Bodas químicas de Christian Rosencreutz. El apasionante relato de la vida del personaje es seguramente imaginario. El mensaje transmitido, una vez despejado del lenguaje esotérico, es claro: la verdadera búsqueda debe hacerse en uno mismo, la luz no viene del exterior sino que del interior. En esos años turbulentos, en que la tensión entre países reformados y países fieles a Roma crece -para desembocar en la guerra de los Treinta Años-, el redactor de este mensaje simple pero irrefutable no da la razón ni a católicos ni a protestantes, oponiéndoles la sinceridad de la fe.
De las tres obras aparecidas entre 1614 y 1616, sólo la última está firmada. Su autor, Johann Andrea, es un diácono luterano que vive en Tubinga. Junto a dos de sus amigos, Christoph Besold y Tobías Hess, afirma haber creado «la orden, o fraternidad, loable de la Rosacruz». De hecho, al igual que Christian Rosencreutz, la orden no existe. La invención es sólo un pretexto para redactar un programa místico, una broma erudita de los tres intelectuales que forman lo que hoy día se puede llamar el «círculo de Tubinga».
Un éxito extraordinario
Sin embargo, a partir de 1616, Andrea, Besold y Hess son sobrepasados por su propia creación: la Rosacruz, lanzada como un juego, se transforma en una realidad. En varias ciudades de Europa aparecen logias rosacruces, sin relación con el círculo de Tubinga. Magos y charlatanes se proclaman grandes maestres o altos iniciados de una orden ¡que nunca existió! Preocupado por desligarse, Andrea condena estas asociaciones y, junto a sus amigos, deja de mencionar la Rosacruz. En vano: las referencias a «la Orden» se multiplican en las publicaciones. El inglés Fludd la reclama en 1617, el alemán Maier la utiliza en 1622, Francis Bacon es influenciado por las ideas que la «tradición» rosacruz pretende encarnar cuando redacta su Nueva Atlántida, el propio filósofo francés Descartes es sospechoso de pertenecer a la fraternidad. A lo largo de los siglos XVIII y XIX, las sociedades rosacruces se multiplican sin relación ni lógica. Algunas son logias masó-nicas rebautizadas (incluso, algunas instauran el grado masónico de «caballero Rosacruz»), otras son pequeños clubes literarios o teosóficos y, otras, asociaciones de alquimistas o de ocultistas. Muchas agrupaciones que sólo buscan darse un halo de misterio, adoptan el nombre: se comprenden perfectamente las confusiones que se crean en estas condiciones.
La «guerra de las dos Rosas»
En Francia, la historia de los rosacruces conoce un sobresalto a fines del siglo XIX. En 1888, el joven poeta Estanislao de Guaita funda «la Orden cabalística de la Rosacruz», dedicada a las ideas espiritualistas y esotéricas. El médico Gerardo Encausse, que firma con el seudónimo de Papus, y el polígrafo Joséfino Péladan se incorporan a este nuevo derivado rosacruciano. De Guaita es un hermético contem-plativo, Péladan, un fantasista desordenado. Este último se da el título de zar, prueba de que desciende de un antiguo rey de Babilonia… En 1890, no soportando no ser el gran maestre, crea él mismo una asociación rival: «la Orden de la Rosacruz católica- que «concentra su esfuerzo de conocimiento en el plano artístico». Mientras trabajan en definir una doctrina estética idealista y mística, las órdenes se increpan, redactan panfletos y hacen declaraciones resonantes a la prensa. El público, encantado, sigue la evolución de esta «guerra de las Rosas», que se toma excitante gracias a la excentricidad del zar ¡y a algunos duelos con pistolas en el Pré-Catelan! La reputación de los rosacruces, bastante confusa ya, no gana obviamente nada en seriedad. En 1909, el norteamericano Harvey Spencer.
Lewis funda la «Antigua y Mística Orden de la Rosacruz» (A.M.O.R.C.). Esta asociación se implanta poco a poco y tiende a hacer desa-parecer las diversas órdenes, como la Fraternidad de los Polares o el Rosicrucia- num Lectorium. La A.M.O.R.C. es hoy la asociación de rosacruces más poderosa, con seis millones de miembros en el mundo. A menudo confundida sin razón con una secta, es decir, con un movimiento religioso, de hecho, se define como no religiosa y tolerante, abierta a los hombres y a las mujeres curiosos de investigaciones y estudios esotéricos, cualquiera sea su fe. Su enseñanza, esencialmente idealista, se apoya en una tradición de textos esotéricos que se remontan al antiguo Egipto, retomados para ser transmitidos a los miembros bajo la forma de opúsculos de dificultad graduada de manera progresiva.
Testimonio acerca de ios rosacruces
En sus Instrucciones a Francia sobre la ver-dad de la historia de los hermanos de la Rosacruz, el historiador G. Vaudé escribe en el siglo XVIII: «Los rosacruces afirman que están destina dos a llevar a cabo el restablecimiento de todas las cosas en un estado mejor, antes de que llegue el fin del mundo. Que en cualquier lugar que se encuentren, saben mejor las cosas que pasan en el resto del mundo que si estuvieran presentes. Que no están sujetos ni al hambre, ni a la sed, ni a la vejez, ni a la enfermedad, ni a ninguna incomodidad de la naturaleza… Que conocen por revelación a los que son dignos de ser admitidos en su sociedad. Que tienen un libro en el que pueden aprender todo lo que está en los demás libros escritos o por escribir. Que encontraron un nuevo idioma para expresar la naturaleza de todas las cosas. Que, por sus medios, el triple diadema del Papa será reducido al polvo. Que confiesan libremente y publican, sin ningún temor, que el Papa es el Anticristo. Que reconocen en el emperador de los romanos a su jefe y al de todos los cristianos. Que le entregarán más oro y plata de lo que el rey de España sacó de las Indias, tanto orientales como occidentales. Que su colegio, que llaman colegio del Espíritu Santo, no puede sufrir ningún daño. Que tienen en sus bibliotecas varios libros misteriosos, uno de los cuales es el más útil después de la Biblia, es el mismo que el reverendo padre iluminado R. C. tenía en su mano derecha, después de su muerte. Finalmente, que están seguros de que la verdad de sus máximas debe durar hasta el último período del mundo.»
Alemania a principios del siglo XVII
La Rosacruz nace en una situación política y espiritual compleja. Medio siglo después de la paz de Augsburgo, protestantes y católicos aún siguen luchando sin piedad. El emperador Rodolfo II no logra dominar las diversas facciones. Espíritu débil, sin gran voluntad y supersticioso, se rodea de numerosos magos, alquimistas, esotéricos y charlatanes. A menudo, estos consejeros se preocupan menos de dar una opinión acertada que de asegurar su fortuna personal. En 1609, los protestantes se agrupan en la Unión evangélica: los católicos respon-den inmediatamente creando la Santa Liga. Una guerra civil está a punto de estallar cuando Rodolfo muere, en 1612. Su hermano Matías lo sucede, pero cede rápidamente el trono imperial a Fernando II. Fernando, rey de Bohemia, católico ferviente aconsejado por los jesuítas, se opone a las reivindicaciones protestantes de la aristocracia de Praga: en 1619, desata una guerra que devasta a Alemania durante treinta años.
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